La Virgen oculta
- gabito0399
- 14 sept 2017
- 5 Min. de lectura
Aunque muchas personas insisten en que no pueden descansar, relajarse o desconectarse de su agitada vida citadina, por falta de dinero o tiempo yo no estoy completamente de acuerdo con eso. Bogotá es una ciudad que está rodeada por muchos cerros y casi en la mayoría hay senderos dispuestos para quienes desean tener un contacto directo con la naturaleza sin limitarse a observarla desde la zona urbana.
Pero incluso para los que no deseen recorrer los cerros capitalinos, ya sea porque ya los recorrieron o porque no encuentran expertos para que los guíen en sus trayectos, existen rutas ecológicas mucho más cortas, fáciles de caminar y, lo más importante, muy cercanas a Bogotá.
Hace poco me dirigía para Chipaque, un pueblo ubicado a media hora de Bogotá por la vía para Villavicencio y de clima bastante frío, iba por la antigua vía, la que se transitaba antes de que se construyera la autopista a finales de los años 90. Actualmente esta vía está prácticamente abandonada por la concesión y por ende pasan muy pocos carros por día, es por esta razón que decidí viajar por esta carretera. Además, la escasa circulación de vehículos me permitió viajar a una velocidad muy baja para poder apreciar los atractivos paisajes que custodian la carretera. El plan ecológico empezó desde que pase por el último barrio de Bogotá por esa vía, Tihuaque y por la antigua fábrica alemana de cervezas llamada “La Alemana”. A partir de ese punto se pueden contemplar gran cantidad de árboles y potreros a lado y lado de la vía. Desde la fábrica toda la ruta es en subida hasta llegar al punto más alto de la montaña por el que pasa la carretera, El Boquerón. En este lugar tuve que tener especial cuidado pues se encontraba muy nublado debido a la altura y subir los vidrios del carro por el frío extremo que hacía, Esto ocurre porque el lugar es zona de páramo y la niebla y el frío son los anfitriones del lugar. Una vez pasado este punto empecé el descenso de la montaña y a medida que me alejaba de El Boquerón, la niebla se disipó y pude volver a bajar los vidrios del carro.
Igualmente, lo único que pude apreciar a lo largo del descenso fueron árboles y más árboles, eso sí, tuve que tener mucho cuidado con las curvas ya que algunas eran demasiado cerradas y por ocasiones la vía se tornaba muy inclinada.
Tras casi 15 minutos de recorrido desde El Boquerón, me detuve junto a una casa en la que había un hombre campesino sentado al lado de la puerta. Me bajé del carro y me acerqué a saludarlo, tenía aproximadamente unos 50 años, estaba solo, vestido con una ruana, pantalón café y botas negras de caucho. Estaba sentado en un tronco y me miró con extrañeza desde que me bajé del vehículo. “Buenos días”, lo salude mientras me acercaba, “Buenas, qué se le ofrece”, me respondió. Le expliqué que me dirigía para el pueblo de Chipaque a visitar el santuario de la Virgen que se encuentra en un cerro muy cercano al pueblo y me dijo “pero si acasito no más hay un santuario, que se va a ir hasta allá”. Me causó curiosidad, así que de manera ansiosa lo animé a que me contara más de aquel lugar así que continuó su relato “vea hombre, usted baja como 5 minutos más en ese carro y llega a una curva desde la que se ve toda la autopista, hágale despacio que eso es bien parao y pa’que pueda escuchar a unos perros latir, es que ahí queda una perrera, ahí puede dejar el carro que no pasa nada y sube por un camino que hay. Sube puay unos diez minutos, usted se demora unos veinte hasta que llegue a una entradita, ahí facilito se ve la Virgen. Hágale con eso no se tiene que ir hasta tan abajo y no tiene que pagar peaje”. “Bueno, muchas gracias vecino, que esté bien” respondí con esa costumbre, fundamentalmente citadina, a decirle a todo el mundo vecino. “Hágale despacio”, fueron las últimas palabras que me dirigió el hombre, del cual no supe su nombre, antes de subirme de nuevo al carro. Arranqué y de manera parsimoniosa continué mi descenso atento a cualquier curva con vista a la autopista ambientada con latidos de perros. El hombre tenía razón, a medida que iba bajando la carretera se volvía más empinada.
Después de casi 10 minutos de una lenta bajada desde mi encuentro con el hombre por fin llegué a la mencionada curva. Estacioné el vehículo en una zona bastante amplia al borde de la vía y me dispuse a iniciar la subida a la montaña, que empinada si se veía. Inmediatamente empecé a caminar sentí un dolor en los músculos de las piernas pero se me quitó una vez el cuerpo se calentó. Tal como lo calculó el hombre del camino, no me demoré diez minutos, me demoré quince “no me fue tan mal” pensé para darme ánimos. Cuando por fin llegué, no pude evitar sentir una gratificación con el hombre que me instruyó, pues seguramente hubiera seguido bajando y me hubiera tocado pagar peaje. El monumento a la Virgen de Chiquinquira queda en la vereda de Quente y según me enteré después, ha sufrido algunos ataques por parte de los cristianos, que no creen en la Virgen, pero ha sido restaurado por algunos fieles que viven cerca al monumento.
Este está conformado por un altar que es azul en su totalidad y sobre el cual están tres figuras, la de la Virgen está en la mitad que a su vez está acompañada a la derecha por la estatua de San Antonio de Padua y a la izquierda por San Andrés apóstol. Sobre el altar hay algunas flores en frascos transparentes que algunos fieles han dejado allí en honor a la Virgen.
Me quedé en ese lugar un rato contemplando el monumento y me puse a pensar en la gran cantidad de cosas que hay para conocer, pero que están ocultas y perdidas de las guías turísticas simplemente por no poseer las características típicas de estos lugares. Igualmente, la experiencia fue sobretodo sorpresiva para mí, ya que cuando partí de Bogotá no me esperaba encontrar un monumento religioso oculto entre las montañas. Después de un largo período de reflexión, contemplando el paisaje que permitía apreciar aquella ubicación, me puse de pie y me dirigí de nuevo al carro aún incrédulo de lo que acababa de ver y en lo que seguramente me falta por descubrir en medio de estos lugares, poco frecuentados por los turistas.
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