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Las cuevas de Tenjo (La foto por la que casi muero)

  • gabito0399
  • 19 oct 2017
  • 4 Min. de lectura

Tenjo es una perfecta opción para encontrarse con la naturaleza y ver los espacios de enseñanza y contemplación muiscas. Si usted busca este coctel, lea mi experiencia, deje las excusas y anímese a conocer este paraíso a 31 kilómetros del caos

A tan solo 30 minutos del noroccidente de Bogotá, se encuentra Tenjo, un pueblo donde la cultura y la naturaleza se enlazan. El municipio se ubica en la Sabana de Bogotá, por lo tanto su clima es frio y su economía se basa en la agricultura y la ganadería. Uno de sus principales atractivos son las Cuevas de Tenjo. Al ubicarse tan cerca de la capital es una opción perfecta para las personas que quieran salir de la rutina, encontrarse con la naturaleza y ver los espacios de contemplación y los peroglifos escritos por los muiscas. Si usted busca este coctel, lea mi experiencia, deje las excusas y anímese a conocer este paraíso a 31 kilómetros del caos.

Desde el Portal norte o 80 salen recurrentemente buses en dirección a Tenjo, sus precios van desde los $3000 a los $4500 pesos, dependiendo del punto de salida. Yo, con dos amigos, tomé uno a las nueve de la mañana, que me dejo en el pueblo pasados 40 minutos. Pidiendo indicaciones se llega a la calle por la que se asciende a la montaña que ladea el casco urbano del pueblo. Una calle empinada que a sus lados tiene vías cerradas, pero, que a medida que se va subiendo el cemento va desapareciendo. El camino se va volviendo empedrado y el verde empieza a monopolizar el paisaje. De repente, la carretera termina y se entra a territorio muisca por una cerca que deja el espacio exacto para el paso de un cuerpo humano, en medio de un sonido que alude a una cascada, pues, es el acueducto del municipio.

El olor a pino seco, el sonido de los pájaros y el verde que colmaba la montaña nos daban la bienvenida al bosque. De la misma manera, dos caninos que se nos acercaron con fuertes ladridos. En un primer momento sentimos algo de miedo, pero, tras una congelación instantánea de nuestros cuerpos, los perros pararon de ladrar, y nos acompañaron un tramo del camino. Al parecer, vivían en una casa ubicada en una ladera del cerro. Se quedaron allí y nosotros seguimos nuestro camino.

Tras 45 minutos de ascenso, de dificultad fácil, llegamos al mirador Canto de las piedras, un lugar estratégico muisca de contemplación para los chiquis, sacerdotes y curanderos. Desde el mirador, se aprecia la inmensidad de la sabana, las parcelas cultivadas de diferentes colores, invernaderos, el abrumante crecimiento del pueblo que alerta con, en unos años, fusionarse con Bogotá, la serranía de Majuy en frente y al lado izquierdo destellos de la gran metrópoli. Los pájaros ambientan el momento, pero también, el sonido del pueblo. Los carros, buses y personas que le dan vida a un municipio que cada vez crece más y que va perdiendo su carácter de pueblito.

A un lado del mirador está la entrada a las cuevas. Se advierte explícitamente que es necesario ingresar con linterna. Para entrar, se debe saltar una roca de 1,20 metros. Posteriormente, la oscuridad abruma y solo permite el ingreso de pequeños rayos de sol entre las piedras. El sonido de los murciélagos llorando es aterrador y, aún más, la sensación de que imprevistamente se puede tocar uno. Nosotros nos adentramos con una pequeña linterna, que daba un panorama mínimo del camino, pero a pasos cortos íbamos avanzando. Al final de la cueva, se arma una salida de dos rocas, las cuales, bajando con cuidado, llevan a un altar de piedra que tiene escritos peroglifos muiscas, llamado Cuca canto de piedras. Este lugar, era un espacio sagrado dedicado a la enseñanza de los elegidos al servicio de la comunidad.

El sendero turístico llega hasta allí. Sin embargo, para los que buscan aventura, pueden seguir ascendiendo. A unos 15 minutos se encuentran dos piedras de unos diez metros de altura, ubicadas una exactamente detrás de la otra. Desde ahí se ve la mejor vista. Sin embargo, hay que tener cuidado con no resbalar en una de ellas, porque la superficie es demasiado delgada.

En vista de la posición de las piedras, y que éramos tres personas, ajuste la cámara en la roca de atrás, le puse temporizador y salté a la otra piedra a posar. Repetí esa acción otra vez y cuando estaba ajustando la cámara, rodé hacía atrás. En ese momento pensé en que iba a caer al vacío. Me iba a morir. Sin embargo, la lentitud del bote, me permitió clavar mis brazos en un hoyo que tenía la formación rocosa. Me logré levantar. Con mis piernas arañadas y mi brazo sangrando levanté mi cabeza y suspire. Me había salvado. Observe el impactante paisaje, aumente la velocidad de mis pulsaciones y salte de nuevo. La foto valía la pena.

Eran las 11:30 y en media hora ya estábamos de nuevo en el centro del pueblo. Dispuestos a probar los famosos postres en el parque principal y volver de nuevo a la ciudad. A las dos de la tarde ya estábamos en Bogotá. En cinco horas viví una de las aventuras con más adrenalina de mi vida, además por tan solo diez mil pesos. No es necesario un guía turístico, el sendero está señalizado y no existen problemas de inseguridad.

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Somos Gabriel e Ivan. Estudiantes de periodismo y apasionados por los viajes y la aventura.

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